Se acabó la democracia en El Salvador
Por José Luis Sanz
Publicado en El Faro. El Salvador, 7 de septiembre de 2021
Santiago Cantón, exsecretario ejecutivo de la CIDH, pide a la OEA que invoque el artículo 20 de la Carta Interamericana para intentar que El Salvador vuelva al marco constitucional. Compara a Nayib Bukele con Fujimori y Chávez, dice que la Asamblea salvadoreña se ha convertido en «una mera escribanía a las órdenes del Ejecutivo» y que ya no existe independencia judicial. Lamenta que el presidente, tras su aplastante victoria electoral en febrero, haya optado por el camino autoritario en vez de unir al país.
Hace cuatro meses, cuando se publicó el informe que le encargó la Organización de los Estados Americanos (OEA) sobre la situación de la democracia en El Salvador, Santiago Cantón estaba atado a un pacto de prudencia institucional que le impedía hablar con libertad del gobierno de Nayib Bukele. Dejó entonces que sus duras conclusiones hablaran por él: citaba ataques a la prensa por parte del Ejecutivo, límites al acceso a la información, alertó de la militarización, y denunció “el desacato expreso a las sentencias judiciales, la emisión de decretos inconstitucionales para contener la pandemia que vulneraron derechos constitucionales de personas a quienes injustificadamente se les privó de la libertad, y expresiones que fomentan la violencia contra altas autoridades de las instituciones democráticas del Estado”. Aquel informe no dejaba bien al presidente más popular de América Latina y expresaba “preocupación por acciones que podrían vulnerar el Estado de derecho, y la democracia salvadoreña”.
Y eso que se había redactado antes del 1 de mayo.
Hoy Cantón se ha deshecho del candado y actualiza su diagnóstico con una mezcla de alarma y lamento. Compara los métodos de Bukele con los de Fujimori y Chávez. Dice que la comunidad internacional debe ser inflexible con El Salvador y Nicaragua, o arriesgarse a una crisis democrática que afectaría a todo el continente. Y defiende que en una república “hay que seguir las reglas, no importa el porcentaje de votos que uno haya recibido”.
Recién incorporado como director del programa de Estado de Derecho a Diálogo Interamericano, el tanque de pensamiento con sede en Washington, se queja de la poca calidad de los liderazgos políticos actuales y de los fundamentos de la nueva política que desprecia el diálogo: “ganar una elección no importa cómo, y luego llegar al poder y no saber qué hacer, o llegar al poder y destruir todo”. Antes, Cantón fue la primera persona en ocupar la Relatoría de Libertad de Expresión de la OEA, fue por doce años Secretario Ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y por un tiempo asesoró al expresidente Carter en programas de desarrollo democrático.
En las conclusiones de su informe al Secretario Luis Almagro, Cantón consideraba fundamental que en El Salvador se restableciera desde el Ejecutivo “un diálogo institucional entre las instituciones y fuerzas democráticas del país”. La semana pasada perdió esa esperanza.
El viernes la Sala de lo Constitucional, impuesta por el partido de Nayib Bukele hace solo cuatro meses, le abrió el camino a la reelección presidencial. ¿Qué opina usted?
Que ya no tiene sentido seguir discutiendo si en El Salvador hay o no democracia. La decisión de la Sala es claramente inconstitucional. No solo va en contra de lo que el mismo presidente Bukele había dicho sobre la prohibición de la reelección, y también su vicepresidente venía insistiendo, sino que, sobre todo, es claramente inconstitucional y va en contra de una reciente opinión consultiva de la Corte Interamericana, que rechaza la reelección indefinida.
Aquí no estamos hablando aún de reelección indefinida, claro, pero esta resolución no se puede aislar de la trayectoria del gobierno de Bukele en los dos últimos años. Esta resolución aislada, o la destitución de los magistrados legítimos de la Sala de lo Constitucional el 1 de mayo valorada de forma aislada, o la purga de jueces el 31 de agosto, podrían según algunos no bastar para afirmar que El Salvador ya no es una democracia, pero si sumas las tres cosas no queda ninguna duda.
Yo solía decir que la democracia venezolana era un libro de mil hojas y Chávez sacaba solo una hoja por día, con lo que la comunidad internacional tenía excusa para decir que no se daba cuenta de lo que estaba pasando. Pero al cabo de cinco años te habías quedado sin democracia. Aquí está pasando lo mismo. Hace una semana nadie en la comunidad internacional se atrevía a decir con rotundidad que en El Salvador había un quiebre institucional. Pero si al 1 de mayo le sumas la destitución de un tercio de los jueces y a eso le sumas la reelección consecutiva, que es claramente inconstitucional, ya está. No podemos seguir jugando. El gran error de la comunidad interamericana en las últimas décadas ha sido la lentitud al actuar.
¿Qué significa para usted actuar?
Hay que invocar el artículo 20 de la Carta Interamericana para que se revierta la situación. Y Estados Unidos ha de tomar una posición más dura, tener una política expresa en los organismos financieros internacionales… Pero solo con Estados Unidos no se va a resolver nada. Sigue siendo el factor más desequilibrante en la región -o equilibrante, según se vea- pero no basta. Hace falta que el resto de países de Latinoamérica se sumen a esto. Sería útil que entiendan que El Salvador está como Nicaragua ya. Veremos qué pasa: o hay una parálisis total o los estados pueden entrar en razón y empezar a tratar igual a Nicaragua y El Salvador. Si no, estaremos abriendo la puerta a una grave crisis democrática interamericana.
¿Y si Bukele, que ya ignoró las presiones para reinstalar a los magistrados, no da marcha atrás?
Si no se revierte, la sanción que contempla la carta en su artículo 21 es la suspensión de participar en la OEA. Ahora… la clave son los organismos multilaterales de crédito, el BID y el FMI principalmente, donde es a su vez clave el peso de Estados Unidos. Solo desde ahí se puede ejercer presión, porque es uno de los puntos débiles de Bukele. Solo veo ese camino: Carta Interamericana a fondo y presión en los organismos de crédito.
Parece que a Bukele, como a Ortega, cada vez le importa menos el aislamiento internacional.
Así es. Y es grave. Porque si ya Venezuela está fuera de la OEA, y Nicaragua está a punto… Si El Salvador fuera suspendido o se fuera, la pregunta que queda es: ¿es la OEA la solución, es el organismo regional? Y ahí entramos en una discusión distinta, que es hasta qué punto no incide acá el juego de algunos países que ya han dicho que hay que crear un organismo distinto, o enfocarse más en la CELAC. Hasta qué punto no entra aquí el juego de países como México y Argentina, que estén de alguna manera viendo lo que está pasando no desde un punto democrático sino de geopolítica regional.
Y hay que añadir la presencia de Rusia y China en la región, que sin duda alguna es un factor para que países como El Salvador o Nicaragua se animen a hacer lo que están haciendo. Si puedes decidir cuáles son tus amigos y elegís a China o Rusia, claramente estás enviando un mensaje de cuáles son tus valores democráticos.
En los últimos meses se ha vuelto habitual que la Asamblea legislativa, controlada por el partido oficial, apruebe leyes o reformas sin anunciarlas antes y sin debatirlas, como sucedió con la purga de jueces mayores de 60 años.
Es que ya no están en una democracia. Hoy el congreso de El Salvador es una mera escribanía que cumple las órdenes del Ejecutivo. Y el poder judicial, que es la principal garantía para la defensa de las personas, está totalmente controlado por el Ejecutivo.
El primer atentado a la independencia judicial fue el primero de mayo, cuando la Asamblea sacó a los magistrados de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema. Y la purga de jueces y fiscales va más allá de eso: es la consolidación de un control absoluto sobre el poder judicial. Si esa reforma se lleva a la práctica, en El Salvador ya no existe la independencia judicial, y uno de los requisitos principales de una democracia, según la Carta Democrática Interamericana, es la independencia de poderes, en particular del poder judicial.
Además, está claro que se miente a la gente diciendo que la reforma busca luchar contra la corrupción. Si fuera así se procesaría a los jueces corruptos, no se sacaría a todos los mayores de 60 años. Esto se hace para tomar control del poder judicial. Y se hizo de forma inconstitucional, porque una reforma como esta tendría que haberla iniciado la propia Corte Suprema. Estamos ante un quiebre del sistema democrático que va mucho más allá del poder judicial.
Pide acción internacional pero por una semana todas las representaciones diplomáticas en el país han guardado silencio, salvo la estadounidense.
La diplomacia no se caracteriza por la rapidez, pero es muy posible que en los próximos días, si no los latinoamericanos, países del resto del mundo digan algo. Es muy claro lo que ha pasado. El congreso y la Sala de lo Constitucional de El Salvador tratan de dar apariencia democrática a sus decisiones, pero es obvio que no lo fueron.
La semilla del mal la plantó Fujimori, que en el 92 cierra el congreso, da un autogolpe, y luego llama a elecciones, las gana inmediatamente y con esa mayoría en el nuevo congreso reforma la Constitución. Se aprovechó claramente de métodos con apariencia democrática para destruir la democracia. La Carta Democrática Interamericana la promueve Javier Pérez de Cuéllar precisamente para evitar que se repita lo que sucedió en Perú, porque cuando los militares echan a un presidente hay una fecha, el golpe tiene partida de nacimiento, pero la forma en que se hace ahora es más difusa.
En El Salvador, el mecanismo que siguió la Asamblea es claramente inconstitucional y es absurdo pensar que puedes retirar al 33 % de los jueces de un día para el otro sin debido proceso alguno. Que hoy día en El Salvador se haga lo mismo que hizo Fujimori va en contra del espíritu de la Carta Democrática y los estándares internacionales. Se acabó la democracia en El Salvador.
Bukele ha dado señales de que su proyecto tiene vocación regional. ¿Contempla ese escenario?
No hay en Centroamérica un líder más fuerte que Bukele, y el efecto contagio es algo muy presente en la historia de América Latina. La época de las dictaduras es la de las dictaduras, en plural, y frente a líderes débiles es desde luego posible un contagio desde El Salvador hacia otros países, que de por sí están en una situación crítica desde el punto de vista democrático.
Usted ha insistido en que el deterioro democrático es visible en toda América Latina.
Es imposible separar la situación de Centroamérica de la del resto del continente, o incluso la de Estados Unidos si uno tiene en cuenta lo que pasaba aquí hace solo un año, durante el gobierno de Trump. Hay un deterioro muy fuerte del Estado de Derecho, y uso específicamente ese término porque tenemos democracias que se limitan a lo electoral y un Estado de Derecho en terapia intensiva. Estamos en el fin de la tercera ola democrática de América Latina. Fue la más grande de nuestra historia, empezó en el 78 en República Dominicana con el triunfo de Guzmán, luego vino Ecuador en el 79, y ahí nomás empieza Alfonsín… pero esa ola está llegando a su fin. Y ojo, si hablamos de una tercera ola quiere decir que hubo dos anteriores que también terminaron, y llegaron las dictaduras.
Yo no creo que ahora vayan a volver los militares, salvo en un par de países en los que eso es posible, pero sí vamos a vivir gobiernos claramente autocráticos en los que no se respeta el Estado de Derecho. Puede haber un par de excepciones aisladas, pero si uno se pone a ver país por país, lamentablemente en la mayoría de América Latina estamos a puertas del retorno a la autocracia.
¿No cree que es fruto en parte del debilitamiento tanto de las derechas como de las izquierdas?
Me cuesta incluso hablar de izquierda y derecha, porque son términos con los que se autodefinen algunos líderes pero yo creo que no tiene nada que ver con la izquierda Maduro, como no tiene nada que ver con la derecha Bolsonaro.
Es interesante: Lula y Cardoso se juntaron hace poco para decir “tenemos que unirnos para poner freno a lo que está haciendo Bolsonaro”. Eso habla muy bien de Brasil y de la capacidad de diálogo que todavía tienen ciertos sectores en ese país. No ocurre en el mío, Argentina, donde la polarización es tal que los políticos comprometen el Estado de Derecho en peleas electorales o ideológicas. Salen los supuestos países de izquierda a cuestionar lo que pasa en Brasil o Colombia y luego salen los supuestos países de derecha a cuestionar lo que pasa en Nicaragua o Venezuela. Y no puede ser. No se puede anteponer la ideología a los Derechos Humanos, una de las banderas de esta tercera ola, que tuvo un gran componente de progresismo en gobiernos de derecha e izquierda que hoy en día no tienes.
Hay una decepción generalizada con aquella promesa democrática.
Los líderes de los inicios de la democracia en América Latina, Alfonsín, Sarney en Brasil, Patricio Aylwin en Chile, Sanguinetti en Uruguay, Roldós en Ecuador… proyectaron una región donde la democracia y el estado de derecho fueran duraderos, quedaran para siempre, y que en países con enorme desigualdad y falta de Derechos Humanos, diera a la gente lo que necesitaba.
Y eso no se logró. Por los motivos que sean, las crisis externas, el mal manejo, lo que sea… Creo que hoy en día el ingreso per cápita en Argentina está al nivel de los años 70, seguimos siendo el país más desigual del mundo… Sí, hay una clara decepción. La democracia no fue lo que se esperaba.
Centroamérica fue la última región en sumarse a esa ola democrática, pero está siendo muy rápida en abandonarla.
La construcción democrática se hace ladrillo sobre ladrillo. Si uno llega y quiere destruir todo lo que se ha hecho antes no vamos a construir nunca una democracia. El Salvador es el mejor ejemplo: obviamente se hicieron cosas muy mal en las últimas décadas, pero se está tratando de destruir también aquello que se hizo bien, como los acuerdos de paz, la separación de poderes, el control civil sobre los militares, la reincorporación de los grupos insurgentes a la democracia, que fue un ejemplo para todo el mundo. Sin duda hay cosas que mejorar en el país, porque la corrupción en nuestros países pesa mucho, pero no se trata de hacer un borrón y cuenta nueva ni de ignorar los principios básicos del Estado de Derecho. No es posible llegar al poder y echar a los jueces de la Corte Suprema, o al Fiscal General. En una república hay que seguir las reglas, no importa el porcentaje de votos que uno haya recibido. De lo contrario caemos en otra de esas autocracias que no sabemos si van a durar un año o cincuenta, pero en las que estamos seguros de que se van a violar los Derechos Humanos.
En mayo presentó usted a la OEA un informe muy duro sobre la situación de El Salvador. ¿Qué piensa de aquel documento cuatro meses después?
El informe en cierta manera anticipó lo que iba a suceder. En las reuniones que tuve se percibía un claro sesgo de autoritarismo, con cierre de espacio público, persecución a periodistas, falta de acceso a la información… Ya existían violaciones previas a la separación de poderes, con obvias faltas de cumplimiento de decisiones del poder judicial. Ya existían los ataques a la Fiscalía, a la sociedad civil… Todo eso ya estaba ahí. Había dos posibilidades: que tras su incuestionable triunfo electoral en la legislativa de febrero el presidente Bukele usara el poder para unir al país y fortalecer el Estado de Derecho, o que continuara por el camino que traía. Optó obviamente por lo segundo, por violar la Carta Democrática, por el camino del autoritarismo.
Hablaba antes de los líderes de la tercera ola. ¿Los liderazgos actuales son parte del problema?
No tengo duda de que el problema principal es la falta de liderazgos democráticos a nivel internacional. Si uno compara a Sarney, Alfonsín, Sanguinetti, Aylwin, Lagos, Bachelet, con los líderes que tenemos ahora es como comparar una Sinfonía de Beethoven con… no sé, no quiero ofender a ningún género musical de los de ahora. Digamos solo que la diferencia es abismal. A nivel internacional no hay muchos líderes que pongan la democracia y el Estado de Derecho en primera fila. Biden lo está haciendo desde el discurso, pero promesas tuvimos muchas, y no aparece la coalición que existía en el pasado entre países de la sociedad mundial que defendían juntos esos valores. Mientras países que no creen en esos valores democráticos, o que no les interesan, como Irán, Rusia, China, ocupan esos espacios.
Y en América Latina ha habido una polarización muy fuerte. Una clave esencial de la democracia es el diálogo constructivo entre personas que piensan distinto. Eso ha desaparecido prácticamente en toda la región y la culpa es de los líderes, responsables de marcar el camino.
Sin diálogo, ¿cambia el sentido de la política?
Se ha perdido ese sentido de la política. Insisto en que hubo un tiempo en el que los líderes latinoamericanos tenían una concepción de la política, la democracia y los Derechos Humanos que era rica y fundamentaba sus decisiones. Sabían que se debían a algo más grande, que formaban parte de algo en común, que tenían desafíos a los que enfrentarse juntos pese a tener distintas ideologías. Hoy la división es terrible, y el fundamento de la política parece ser ganar una elección no importa cómo, y luego llegar al poder y no saber qué hacer, o llegar al poder y destruir todo. Sobran títeres de paso.