Transformar la energía del conflicto
Por Francisco Diez
Publicado en Revista Turbulencias - 4ta. Edición - Septiembre 2021
Publicación trimestral del Instituto de Mediación de México
Toda crisis es una oportunidad. Lo hemos escuchado y hasta repetido muchas veces, pero ¿qué queremos decir realmente? A mi modo de ver y desde la experiencia en mediación, este pensamiento adquiere toda su dimensión cuando evolucionamos del enfoque de la resolución al de la transformación de conflictos. Así el propósito básico de las intervenciones deja de enfocarse solo en resolver la situación conflictiva para buscar la oportunidad que presenta esa crisis y contribuir a que el cambio, efectivamente, se produzca. La idea de la transformación es lo que guía el enfoque y propósito esencial de nuestro trabajo: comenzamos aceptando la energía del conflicto -no intentando suprimirlo o taparlo-, para suavemente desviar esa energía de la ruta de escalada hacia la violencia y conducirla, junto con las partes, hacia un proceso de generación de lo nuevo.
En las situaciones conflictivas, sean estas entre individuos por disputas privadas o entre grupos o países por confrontaciones públicas, hay una obvia necesidad de cambio. Cuando hay conflicto en tu familia, trabajo o comunidad, sin duda, hay algo en las dinámicas relacionales entre las personas que forman parte de ese sistema, que no está funcionando bien, algo que está reclamando cambiar. Y nuestro rol es el de facilitar ese tránsito desde la confrontación hacia la co-construcción, de manera tal que la situación se transforme a partir de la contribución de todas las partes en disputa.
Esa transformación tiene, al menos, tres componentes básicos: el primero, está marcado por la urgencia del presente y es el primero que requiere nuestro esfuerzo, pues se trata de contener la violencia y bloquear ese camino, abriendo otro alternativo. El segundo, se tiñe con las sombras del pasado, desde donde usualmente se acumulan emociones y narrativas negativas sobre los otros, instalando la culpa de la situación en ellos y justificando así el accionar propio. El tercero, está habitualmente dominado por la certeza de que la solución hacia el futuro está en las manos de esos otros y hay que forzarlos a actuar de una cierta forma para resolver el problema.
Las acciones del presente, así como las ideas sobre el pasado y el futuro, son el material con el cual abordaremos la tarea de la transformación del conflicto.
Cuando nos enfocamos en el presente, lo relevante son las acciones que se están desplegando en este momento y las inmediatas que le seguirán. Por eso es indispensable que la primera intervención esté dirigida a diseñar un procedimiento que ofrezca un primer paso (factible para cada parte), que inaugure un rumbo distinto al de la escalada violenta. Somos conscientes de que ese primer paso en el presente es difícil para las partes y por eso el arte consiste en facilitarlo, encontrar una manera de abrir una vía alternativa a la confrontación que sea de bajo costo y que no represente demasiados riesgos. Por eso la mediación, el diálogo en sus diversos diseños, la negociación secreta, los buenos oficios, son todos procesos que se diseñan ad hoc, considerando el contexto y los niveles de compromiso y protagonismo que las partes pueden asumir. El objetivo básico de la intervención es el de construir un espacio alternativo. La confrontación y el camino de la violencia se juegan en un espacio físico y relacional que sucede en la mente de cada una de las partes y en su interacción en la realidad. Es necesario construir con ellos, en sus mentes y en sus interacciones, un espacio físico y relacional alternativo, confiable y seguro, en el que sea posible explorar el pasado, desarticular los nudos que están trabando la energía generativa y abrir un cauce capaz de construir el futuro. En cada caso habrá distintas maneras de enfocar los diversos pasados que alimentan el conflicto. En la mirada de la transformación buscaremos ofrecer empatía y comprensión, fundamental para generar confianza y una buena relación de trabajo con las partes. Desde allí queremos identificar las puertitas donde se ubican los dolores y los miedos, para entender cómo funcionan en las partes sus creencias, supuestos, ideas y expectativas. Porque todos los seres humanos construimos nuestras propias explicaciones de la realidad, las que con mucha frecuencia se apoyan en artilugios del pensamiento que dan vida a las narrativas conflictivas, con una lógica que es necesario abrir y desestabilizar con secuencias de preguntas y en el flujo de la conversación. La exploración del pasado es muy sensible, porque será necesario entender y al mismo tiempo identificar qué puede sanarse, qué puede cambiar de significado o de trayectoria y qué no. Aquello que, como dice Serrat: Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.
Pero el elemento clave en el trabajo que hacemos desde la transformación, en realidad, proviene del futuro. Necesitamos habilitar la capacidad creativa de la imaginación y generar conversaciones acerca de cómo los protagonistas del conflicto podrán construir un futuro transformado, un futuro que viene del pasado que exploramos y que es fundamentalmente distinto al que se venía construyendo con la confrontación. Así como la energía del conflicto en el presente contiene un germen de violencia, la del pasado está marcada por temores y resentimientos, la energía del conflicto hacia el futuro tiene que transformarse en positiva, porque será generadora de posibilidades, no naif, sino de pura conciencia acerca del poder que tenemos todos para construir la realidad en la que viviremos, para decidir el futuro.
La analogía que dice que el conflicto es como el agua, sigue brindándonos guía. El agua es energía, mucho de ella en el momento y lugar inadecuado causa destrozos y caos, pero sin agua no hay vida, porque ella trae la energía del crecimiento.
La transformación fundamental es la de cambiar la energía destructiva del conflicto en una energía positiva capaz de generar un futuro diferente y una realidad mejor para todas las partes involucradas.