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¿Mediación o negociación a dos puntas?

Trabajando con los Presidentes Rafael Correa y Álvaro Uribe de Ecuador y Colombia
Por Francisco Diez

Publicado en revista la trama – Nº 38 – Agosto 2013

 

Presentación y Antecedentes

Rafael Correa fue elegido presidente del Ecuador en Enero de 2007 y la primera vez que lo vi en persona fue en Junio de ese año cuando hizo la presentación del llamado “Plan Ecuador”, una iniciativa de desarrollo económico y social para la frontera norte del país, el límite de 586 kmts  con Colombia.  Quedé impactado por su discurso, inteligente y emotivo, y con un enfoque ideológico decididamente progresista, afirmando que la única manera de derrotar el delito y la injusticia, es el desarrollo impulsado desde la inversión estatal con alta participación ciudadana.  Yo asistí como Representante del Centro Carter en América Latina con la misión de explorar qué tipo de asistencia podíamos ofrecerle al país, ya que habíamos recibido una invitación del flamante gobierno para ello.

Sin embargo, aun cuando no lo mencionó ni una sola vez en su discurso, yo escuché una réplica llena de reproches solapados al conocido “Plan Colombia”, la iniciativa militar financiada por Estados Unidos en ese país para luchar contra la guerrilla y el narcotráfico.  En su narrativa él decía algo así como: “….nosotros no vamos a luchar contra la degradación del narcotráfico y la violencia, contra el delito y la desigualdad, con armas, helicópteros y bombas.  Vamos a vencerlos con el poder del desarrollo económico, el progreso social y la participación ciudadana.” Lindo.

Correa decidió lanzarse a la elección como Presidente solo, sin presentar una lista de candidatos al Congreso, porque dijo que su objetivo era cambiar la Constitución y erradicar a toda la clase política corrupta que venía gobernando el Ecuador desde hacía décadas, y que estaba concentrada en la Legislatura.  Encarnó el “que se vayan todos”.  Ganó y tuvo que comenzar a gobernar sin tener ni un solo legislador propio, tuvo que negociar muchas cosas con los que estaban allí. Hasta que consiguió lanzar el proceso de reforma de la Constitución, puso sus candidatos y ganó haciendo que estos nuevos constituyentes “reemplazaran” a los legisladores sentados en el Congreso. Un enroque de dudosa legalidad, pero los que quedaron fuera y protestaban no tenían suficiente fuerza política. Correa fue en Ecuador, como Chávez en Venezuela, un vendaval político que arrasó con todo lo existente y lo reemplazó por otra cosa, lo más  cercano que pudo a su propio gusto.

Cuando escuché -sin que se nombrara así- la antinomia Plan Ecuador vs. Plan Colombia, y advertí que del otro lado de la frontera estaba Álvaro Uribe, el exitoso líder que había logrado reformar la Constitución para ser reelecto y que era el principal aliado de EE.UU. en la región, me pareció escuchar la palabra “conflicto” en mi cabeza. Tendrían que convivir un Presidente carismático de izquierda en Ecuador y un Presidente carismático de derecha en Colombia, compartiendo una “frontera caliente”. Pensé que valdría la pena explorar una iniciativa de prevención de conflictos entre los dos países y comencé a construirla de inmediato.

 

Una iniciativa de Diálogo Ciudadano Binacional

Hice mis exploraciones en ambos países, redacté un borrador de idea y finalmente ese mismo año con la ayuda del Representante del PNUD en Ecuador, René Mauricio Valdez, y de su par en Colombia, Bruno Moro, montamos el Proyecto de crear un Grupo Binacional de Diálogo (GBD) formado por veinte ciudadanos, diez ecuatorianos y diez colombianos, sin responsabilidades ni poder de decisión en los gobiernos de sus naciones, pero con llegada directa a sus gobiernos y/o influencia en la opinión pública de sus países.  Para hacerlo, tuvimos que negociar la idea con ambos gobiernos y dejarles en claro que el propósito de la iniciativa del Centro Carter-PNUD[1] era explorar ideas nuevas que, sin comprometer a sus gobiernos, pudieran servir para mejorar las relaciones entre ambos países.

Esas negociaciones me permitieron comprender los contextos nacionales, conocer bastante bien a los actores principales de ambos gobiernos y, a través de ellos, a sus Presidentes.  Cuando ya llevábamos dos de las cuatro reuniones planeadas para el Grupo Binacional de Diálogo (GBD), se produjo el bombardeo colombiano a un campamento de las FARC en territorio ecuatoriano, en un paraje llamado Angostura. Y Correa, Presidente de Ecuador, decidió romper relaciones diplomáticas con la Colombia de Uribe.

La iniciativa del Grupo Binacional de Diálogo (GBD) está relatada en la publicación oficial del Centro Carter[2] y fue para mí una experiencia realmente muy poderosa. El propósito de mencionarla aquí es para explicar que cuando Ecuador rompió relaciones con Colombia y Jimmy Carter ofreció a ambos Presidentes nuestra asistencia en el conflicto, ya habíamos invertido, gracias a esa iniciativa, varios meses construyendo confianza personal con Ministros y allegados a Rafael Correa y a Álvaro Uribe.  A partir de ese momento fui delegado por Carter como un tercero negociador entre los dos gobiernos, con la idea de llevar adelante un ejercicio de “shuttle diplomacy” (ir y venir entre ambas capitales ayudando a sus gobiernos a buscar una solución negociada al conflicto).

 

El entramado del caso

Las declaraciones públicas del Presidente del Ecuador justificando su decisión de romper relaciones diplomáticas fueron incendiarias. Se indignó al convencerse de que Uribe le había mentido cuando le dijo que sus aviones perseguían una columna de las FARC y no se dieron cuenta, cuando la bombardearon, que ya habían cruzado a territorio ecuatoriano. Según sus propias fuentes, Correa concluyó que la incursión en su territorio fue planeada en detalle y con ayuda de EE.UU. y decidida sin considerar “la soberanía territorial” del Ecuador.  En ese ataque, el gobierno colombiano abatió al N° 2 y “Canciller” de las FARC, Raúl Reyes. Para ellos fue un éxito rotundo y el inicio de una serie de golpes militares que acabarían debilitando seriamente a la guerrilla.

Mi primera decisión en esta negociación fue viajar primero a Colombia.  Necesitaba saber los intereses y el rango de negociación que me permitiría explorar el gobierno de Uribe, ya que ellos estaban posicionados en la situación de quien había realizado la acción que desencadenara el conflicto.  Me encontré con el Canciller Fernando Londoño y luego de conversar con él supe dos cosas importantes: 1) el único que tomaba decisiones en este caso era el Presidente Uribe y 2) ellos se sentían “a merced” de las iniciativas de Rafael Correa y con muy pocas chances de hacer algo para resolver el conflicto. La síntesis de la reunión fue que no se podía hacer nada más que esperar y ver qué haría Correa.

 

Reflexiones.

Es habitual en mi práctica como mediador decidir hablar primero con quien deberá hacer los principales “aportes” al momento de llegar a un acuerdo. En varios sentidos eso “marca un territorio de partida” para la negociación, porque si me encuentro con una parte abierta a explorar opciones o que considero “prima facie” que puede ser permeable a esas exploraciones, tengo más libertad para conducir el proceso que si me encuentro con alguien encasillado en sus razones y resistente a cualquier nueva exploración.  En este sentido, y siguiendo el esquema de negociación de Harvard, el primer paso es entender los intereses de las partes y sobre esa base intentar inventar opciones y en ese ir y venir entre los intereses y las opciones que los representan ir ampliando “el territorio de partida” que presentaron ambas partes. En este caso, y a esta altura del conflicto, Colombia ya había satisfecho sus intereses primordiales -de hecho- al realizar el bombardeo y lo que quería era evitar la escalada de conflicto con su vecino y “volver a la normalidad” lo antes posible. Y digo que fue a esta altura, porque luego sus intereses fueron complejizándose a medida que escalaba la confrontación.

La otra reflexión importante aquí es que necesitaba diseñar algún tipo de proceso que involucrara de manera muy directa a Uribe porque él era el decisor excluyente en este caso. Su Canciller sería siempre un intermediario con poca autonomía y además con escasa influencia sobre el Presidente. En esa primera conversación con el Ministro salí desalentado, porque cuando yo llegaba a Bogotá en la TV estaba Correa anunciando que ese mismo día daría a conocer medidas “ejemplares” que tomarían frente a Colombia.  Frente a ese anuncio, en nuestra reunión el Canciller Londoño sólo me dijo que habría que “esperar” para ver de qué se trataba esa declarada retaliación. Dejé el despacho del Canciller luego de obtener su email personal y su número privado para estar comunicados ante cualquier eventualidad.

Siguiendo las enseñanzas del modelo de negociación, decidí “subir al balcón” para mirar la situación con perspectiva y decidir qué hacer. Me fui al bar de un hotel ubicado frente a la Cancillería colombiana a pensar un poco.  Desde el techo vidriado entraban rayos de luz en el patio colonial del bar. Mientras tomaba mi licuado de mango y durazno, me di cuenta que no debía quedarme quieto y simplemente aceptar que sea Correa con sus declaraciones públicas el que le marque el ritmo a la evolución del conflicto y que yo podía accionar de alguna manera, en paralelo a todo lo demás. Al fin y al cabo, desde que ambas partes aceptaron al Centro Carter como facilitador del diálogo, ya era un actor en el conflicto. Y si se estaba generando una escalada que tiende a cerrar y acotar el campo de negociación, mi deber como facilitador era intentar generar una desescalada que abriera nuevos espacios. Decidí sentarme a escribir una propuesta metodológica de “pequeños pasos para generar confianza entre los dos gobiernos” que enviaría por email al Canciller que acababa de entrevistar.

Reflexiones. 

En primer lugar, el proceso de legitimación del rol de tercero tiene un aspecto formal –el llamado de Carter y la aceptación de los Presidentes para que actuemos como tales-, pero tiene también un aspecto sustancial que se va conformando en la interacción con las partes a medida que se construye relación con ellas. Y ese proceso de construcción de la relación -que legitima la función del mediador-, a su vez, depende en gran medida del desenvolvimiento en los hechos de nuestro rol[3]. En este caso, yo podría haber aceptado que lo único o lo mejor que se podía hacer era esperar a ver qué hacía Correa, tal como dijo el Canciller colombiano. Era lógico. Pero observando la situación desde el balcón y mirando mi propia reacción desde allí, me di cuenta que no sólo no era necesario que me quedara quieto sino que era posible que la situación empeorara en breve y que esa escalada me quitara el espacio para trabajar, que estaba recién comenzando a construir. En segundo lugar, e implicado en lo que acabo de decir, está una manera de comprender los conflictos (y nuestro rol en ellos). En mi práctica, he visto cómo la idea de que el conflicto es algo que está allí, que tiene una entidad particular y que se puede mirar y entender como si fuera una “cosa” con existencia propia y evaluar si vale la pena trabajar con él o no y desde dónde, puede llevar a los terceros a conclusiones poco prácticas.

Entiendo el conflicto como una construcción de las partes, que le otorgan entidad suficiente a ese aspecto de la relación como para permitir que nazca y crezca entre ellos y se sostenga en el tiempo. Como un flujo de energía entre los actores que genera una cierta realidad para ellos y sus alrededores (sus redes), realidad en la cual sus implicancias y sus efectos destructivos o de cambio positivo dependen de las estructuras y los flujos relacionales que lo sostienen, como sucede con la energía, que puede construir o destruir según cómo se canalice y fluya. Cuando en esa relación entre las partes aparece un tercero que ellos aceptan incluir para tratar de resolver el conflicto, no es posible entender la evolución y el desarrollo de esa construcción como algo exclusivamente de las partes y completamente ajeno al tercero, sino que él queda involucrado en la estructura y en el flujo. Y desde esta posición de involucramiento no es posible no generar algún impacto.  Ahora bien, en el caso de un tercero mediador, su deber y su misión es que ese impacto esté siempre dirigido hacia la búsqueda de opciones positivas, hacia la desescalada de la confrontación y el re-direccionamiento de la energía hacia la construcción de algo nuevo y bueno.  De lo contrario no desempeña su rol.

Creo que en el campo de la resolución de conflictos hemos puesto tanto énfasis en la naturaleza de la mediación como un método auto-compositivo, tanta insistencia en la neutralidad e imparcialidad del mediador y subrayado tantas veces que los que toman decisiones son las partes, que eso nos ha llevado a veces a sostener una mirada que nos inhabilita opciones.  A mi modo de ver es lo que sucede, por ejemplo, con la teoría sobre la “madurez” del conflicto.[4] Esa teoría sostiene que no tiene sentido –y hasta es inconveniente- que un tercero intente intervenir en un conflicto si el mismo no está “maduro” para una intervención eficaz. Y la madurez depende (además de que ambas partes manifiesten que quieren resolver el conflicto) de algunos hechos que los terceros pueden evaluar. Por ejemplo, que ambas partes perciban que no pueden “vencer” al otro y que haya un “empate dañino” que afecta a ambos. Esta mirada teórica pone al tercero en una posición habilitada para juzgar la situación desde afuera del flujo relacional y lo descarga de toda responsabilidad sobre el decurso de la conflictividad. Y, a mi modo de ver, le clausura espacios de posibilidad que permitirían explorar nuevas opciones.

Coincido y he constatado una y otra vez, que es muy importante que no exista un “desplazamiento” desde las partes hacia el mediador de la agencia y de la responsabilidad sobre la resolución del conflicto. Que sean las partes y no el mediador quienes tomen las decisiones que construirán una nueva realidad post conflicto y se apropien de esa nueva realidad. Pero también he constatado que, como decimos en lenguaje vulgar, “la gente no come vidrio” y es bastante difícil que las personas acepten entregar sus destinos a un tercero que les construye un acuerdo que no les satisface. Sin ninguna duda, esto no ocurre cuando las partes son Presidentes, a los que ni se les cruza por la cabeza la idea de que el poder de decisión pueda desplazarse desde ellos hacia el mediador.

La propuesta del ejercicio de pequeños pasos para construir confianza entre ambos gobiernos la concebí a partir de la experiencia de negociación entre los dueños de medios de comunicación privados y el gobierno de Chávez que habíamos hecho en Venezuela con William Ury[5].  Una vez que escribí el borrador de la idea, chequeé su viabilidad y razonabilidad con dos de los miembros colombianos del GBD[6] que todo el tiempo me ayudaron y asesoraron. Luego de pulirla con ellos llamé al Canciller Londoño para decirle que le estaba enviando por email esa propuesta, y que esperaba sus correcciones y aprobación antes de mi reunión con la Canciller Salvador en Quito al día siguiente.

Esa tarde, en lugar de hablar Correa a la prensa y volver a criticar a Colombia, apareció la Canciller ecuatoriana con declaraciones razonables anunciando que se había formalizado la denuncia que hacía Ecuador a Colombia ante la Corte de La Haya por las fumigaciones con glifosato en la frontera norte del país. Volví a hablar al Canciller para decirle que la anunciada retaliación pública no parecía nada grave y que el hecho de que hablara la Canciller y no el Presidente me parecía una buena señal. Coincidió tibiamente. Le insistí en la necesidad de contar con su visto bueno sobre el ejercicio de los pequeños pasos antes de que viera a los ecuatorianos y se comprometió a hacerlo. Volvimos a hablar cuando yo ya estaba en Quito y faltaban diez minutos para que entrara a la reunión con la Canciller María Isabel Salvador y el Vice Canciller José Valencia.

 

Preparando la Negociación con Correa.

Tuve con ellos una larga reunión de casi toda la mañana. Ya conocía a ambos y la conversación fue muy buena, examinamos mi propuesta de pequeños pasos y al igual que en Colombia me quedó clarísimo que cualquier movimiento en este caso sería decisión del Presidente Correa, quien me recibiría ese mismo mediodía. Les pedí que me ayudaran a preparar la reunión, preguntándoles sobre él, sobre cuál era la situación de la gestión y sobre cómo estaba mirando este caso.

Solemos decir en los cursos que la preparación de la negociación es muy importante. Pero ¿cómo nos preparamos? El corazón de la preparación es la información, por lo que prepararse implica buscar y ordenar (al menos en la cabeza) toda la información disponible. Seguir el esquema básico es lo más fácil. Separar las personas del problema y reunir toda la información que se pueda sobre cómo es esa persona y sobre la manera en que está mirando el problema. Opiniones de allegados, cosas que dijo antes, otras situaciones relevantes para él, y todo lo que tenga a la mano. Hoy es mucho más fácil que antes gracias a Google! Cuando ordeno esa información, trato de imaginar la manera en que se ve a sí mismo y cómo se compone su universo de intereses, para hacerme algunas hipótesis que me orienten en la reunión y que cuando lo escuche pueda hacerle preguntas y generar un diálogo que sea sabroso y atractivo para él, encontrando aquello que nos conecte por identificación o por diferencia. Soy consciente de que lo más importante es generar una relación de confianza y por eso busco las sintonías. Y por supuesto me fijo objetivos de mínima para la reunión, en este caso que el Presidente apruebe el ejercicio que estaba proponiendo.

Una clave importante me la dio José Valencia quien me dijo que Correa escuchaba con atención cuando se le hablaba de cuestiones internacionales, de otros ejemplos y situaciones, seguramente porque sentía que no tenía experiencia en ellas.

El Presidente nos recibió a la Canciller y a mí en una sala del Palacio de Carondelet, sentados en sillones con una mesita ratona al medio, solamente los tres. Le dije que Jimmy Carter se interesaba mucho por la situación y que quería mucho al Ecuador por una serie de cuestiones personales[7], le pregunté cómo veía él la situación y lo escuché con atención. La sintonía estaba funcionando muy bien pero él se enojaba mucho cada vez que hablaba de Colombia y de Uribe. La histórica relación entre un vecino grande y relevante en el escenario regional y uno pequeño, uno con altos niveles de educación y luminarias en la cultura y el otro no tanto, uno con tradición de violencia y otro al revés, uno socio estratégico de EE.UU. y el otro aliado de Chávez, todos eran elementos que reforzaban la distancia y la lógica de la confrontación.  Uribe era un político de raza y llevaba años en la Presidencia, Correa se estaba estrenando en la política y en la presidencia y ambos tenían una popularidad arrolladora. Gracias a su enojo me di cuenta de que este conflicto lo afectaba a él en un plano personal y que trasladaba el tipo de relación entre él y Uribe a la relación entre Ecuador y Colombia ya que, en su discurso, estos dos planos se confundían. Decidí intervenir con mucho cuidado para intentar desestabilizar su narrativa. Todos los elementos que indica la teoría estaban allí desplegados.

 

Trabajando con las narrativas

Su guion mostraba la secuencia clásica de culpa-justificación y víctima-victimario: un Ecuador pacífico que había sufrido la agresión de una Colombia violenta y ahora solo se defendía; tenía personajes definidos: el malvado Uribe, señor de la guerra y brazo del imperialismo, frente al Correa progresista católico y nacionalista que venía a renovar la política ecuatoriana con ética y dignidad; contaba con temas/valores centrales: el desprecio a la soberanía territorial y al Ecuador mismo y culminaba con unos corolarios naturales: la situación era intolerable e inadmisible y el enojo y la escalada estaban muy justificados.

Decidí intentar desestabilizar los personajes tan consolidados. Le dije que yo, como un argentino que trabajó en la Cancillería del gobierno de Alfonsín, lo entendía a la perfección y sabía muy bien por lo que él estaba pasando. Que en el restablecimiento de la democracia, Alfonsín tuvo que superar sus preferencias personales y actuar con la visión de un “estadista” para tomar la decisión de negociar la paz, con el Chile de Pinochet.  Y que eso fue muy difícil para nosotros porque, claro, Uribe no es un progresista pero al menos es un demócrata legítimo elegido por su pueblo mientras que Pinochet era un dictador liso y llano. La comparación me permitió introducir la idea del presidente como un “estadista” y eso tuvo anclaje en su aspiración de “refundar el Ecuador” que yo conocía muy bien. Tenía que incluir una consecuente relativización de los temas/valores involucrados y entonces seguí con el ejemplo del conflicto del Beagle. En ese caso, le dije, el interés superior del Estado y todo lo que había que hacer internamente era ¡¡tan importante!! que no podíamos darnos el lujo de tener un conflicto abierto con el vecino.  Una modificación de personajes y del valor/tema, que además son coherentes entre sí, llevaban a un corolario muy diferente al lógico enfrentamiento. Se podía valorar, desde allí, el restablecimiento de relaciones diplomáticas externas para poner el foco y las energías en lo interno.

Acusó el golpe, y me pareció que su narrativa crujía, porque me miró de otra forma.  Me di cuenta que debía avanzar un poco más en la distinción entre los pueblos y los presidentes. Seguí hablándole y diciéndole que en mi reciente visita a Bogotá me había dado cuenta de que el pueblo colombiano vive traumatizado con la violencia de las FARC y el narcotráfico y que eso es difícil de entender para los que estamos afuera. Que un día normal en Bogotá, hoy, incluye memorizar códigos de seguridad para subir a un ascensor o un taxi y tres controles antes de visitar a un funcionario, y que la gente se acostumbró a preguntarse quién había sido secuestrado o donde explotaría la siguiente bomba o si habría tiroteos esta semana. A diferencia de mi propia experiencia con el pueblo del Ecuador, que había derrocado presidentes con marchas pacíficas sin un solo herido y yo había entrado al despacho del ministro de Defensa por el estacionamiento trasero sin ningún control solo porque quedaba más cerca!  Y di por sentado que él coincidía conmigo en que los dos pueblos se reconocen como inextricablemente unidos por lazos fortísimos de sangre, cultura, historia y sobre todo comercio.[8]

Seguimos conversando y un poco más adelante me animé a utilizar la “ironía” que recomienda Sara Cobb para reforzar la desestabilización del lugar de los personajes en su historia. Él justificaba su diatriba pública contra Uribe y Colombia en la defensa de la dignidad nacional, y yo quería mostrarle “la sombra” de esa actitud que sabía que era la que más molestaba al otro lado. Entonces le dije que también pensaba que había algunos en Colombia (no yo, ¡por supuesto!) que no entendían bien sus reacciones de indignación por la violación a la soberanía territorial,  y lo veían más como aquel Galtieri argentino que utilizaba la causa legítima de las Malvinas para generar un conflicto externo y consolidarse internamente. Como si el demócrata Correa necesitara “galvanizar” detrás de sí a su pueblo en contra de Colombia, para afirmarse políticamente en lo interno. Fue un golpe a los talones de su propia imagen.

Yo me había puesto de su lado, entendiendo su visión y compartiendo sus valores y aspiraciones para el Ecuador, y desde allí le había mostrado algunos otros aspectos de la situación que entraban en contradicción con los corolarios de su narrativa. Porque esa narrativa era lo que le permitía sentirse tan cómodo peleando con Uribe. En cuanto a los personajes, los presidentes pueden tener al frente a villanos pero deben saber comportarse como estadistas, sobre todo si saben que van a seguir conviviendo por años uno al lado del otro. Y hay peores que Uribe. El subtexto de la conversación decía: si quieres ser estadista tienes que pensar en el pueblo y no en tu estómago hirviendo de furia. Los pueblos y los presidentes son dos cosas distintas que pueden diferenciarse y para ser un estadista hay que enfocarse en los pueblos. Y, finalmente, confrontar no siempre legitima al mandatario como defensor de la dignidad nacional, a veces lo pinta como un oportunista (ironía).

Todas estas intervenciones las hice siempre desde un lugar no amenazante para él, sin poder alguno sino compartiendo la experiencia personal, y entendiendo mi rol como alguien que está al servicio del que gobierna para contribuir a ampliar su mirada del asunto.

Dio resultado. En uno de los tramos finales de la conversación él me dijo: “Usted va a Bogotá y se reunirá con Uribe, ¿no? Bueno… dígale que nosotros dos no necesitamos querernos, que somos dos presidentes de pueblos hermanos…” y con una seña lo interrumpí diciéndole: “espere, espere Presidente, si esto es un mensaje suyo a Uribe quiero anotarlo bien para no equivocarme al transmitirlo” y comencé a anotar textualmente lo que me decía. Siguió diciendo algo así como que “es responsabilidad de ambos velar por la felicidad de nuestros pueblos ya que eso es lo más importante por lo que dejando las diferencias al margen debemos superar esta situación en un marco de respeto mutuo y dignidad… etc.” Se lo leí luego de que terminara el párrafo, y me confirmó el contenido. Yo le dije que una vez escrito a máquina lo chequearía de nuevo con la Canciller allí presente para confirmar si el texto era el correcto. Seguía trabajando con los elementos de la teoría, porque al transformar una especie de comentario en el medio de la conversación en un texto escrito, él se estaba poniendo en una nueva posición de compromiso con una narrativa alternativa que le permitía pensar en restablecer las relaciones.

La reunión con el Presidente Correa fue muy buena. Le mostré el texto del ejercicio de pequeños pasos para construir confianza que había ya trabajado con la Canciller. Él lo miró pero no lo leyó, dejándolo sobre la mesa ratona, entonces le pedí su permiso para leérselo yo.  Comenzaba estableciendo una “tregua de declaraciones negativas sobre el otro gobierno” durante los quince días que duraría el ejercicio. Durante ese tiempo, cada gobierno realizaría algunas acciones unilaterales no muy significativas pero que serían cuidadosamente acordadas entre ambas Cancillerías con mi facilitación, de manera que, cuando se produjeran, el otro gobierno pudiera “verlas” como muestra de buena voluntad. Este proceso le permitiría a cada uno “testear” la disposición del otro gobierno sin que hubiera ningún riesgo ni costo. Por ejemplo, un funcionario colombiano diría públicamente que ante las terribles inundaciones que sufría Ecuador se ponía a disposición de su gobierno los equipos y técnicos expertos colombianos de la Agencia nacional de Desastres. Otro diría que la Junta de Arroceros de Colombia decidió aumentar el cupo de importación de arroz ecuatoriano. Del otro lado, un funcionario diría que en la denuncia de Ecuador contra Colombia presentada ante la Haya por las fumigaciones de glifosato en la frontera, siempre existe la posibilidad de una conciliación previa al dictamen de la Corte, como en todos los procesos. Y otro diría que se lamentaba el fracaso de la misión francesa que negociaría con las FARC la liberación de Ingrid Betancourt y que Ecuador condenaba el secuestro y toda acción violenta de los grupos ilegales operando en Colombia. Y así otras señales.

También incluimos en el procedimiento un canal permanente confidencial y directo de comunicación entre ambas Cancillerías a través de un ciudadano del GBD de cada país, que contaba con la confianza de sus cancilleres[9]. De esta forma no se violaría la ruptura de relaciones diplomáticas pero se podrían enviar mensajes confidenciales y confiables entre los Cancilleres a través de estos ciudadanos sin responsabilidad oficial. Los vicecancilleres con los dos ciudadanos del GBD y yo, trabajaríamos juntos en la definición de las señales que cada gobierno estaba en condiciones de enviar.

El siguiente paso era obtener la aprobación explícita de Uribe a la realización del ejercicio. Llamé al Canciller Londoño en Bogotá y le dije que la reunión con Correa había sido muy buena, que tenía un mensaje personal para Uribe y que por favor me confirmara el día y hora de la reunión con el Presidente. Viajé a Bogotá con tiempo para volver a consultar con los amigos del GBD allí y de prepararme para mi primera reunión con Uribe. Pero ese relato deberá esperar otra oportunidad porque la historia de estas negociaciones a dos puntas se extendió por más de un año, y los sucesivos fracasos que enfrenté en ese tiempo me enseñaron tanto como el resultado final positivo que tuvieron los esfuerzos desplegados.  Eso será materia de futuros escritos, espero.

 

Conclusiones de cierre

En este caso como en muchos otros conflictos en los que participé como tercero, ubicarme en una posición de “negociador colaborativo” con cada una de las partes me resulta muy útil para definir mi rol. Mis intereses están claramente sobre la mesa cuando trabajo de esta forma, y puedo ser proactivo persiguiéndolos. Quiero que las partes enfrentadas puedan canalizar toda la energía que tienen puesta en la situación de una manera constructiva para ellos, que la confrontación desescale, y que todos los participantes en el conflicto puedan salir satisfechos y bien parados. Mi forma de trabajar con cada una de las partes es un modelaje permanente de lo que espero que ellos hagan. Hay maneras de mirar la situación conflictiva y de manejarse con el otro, claramente preferidas y también hay otras maneras explícitamente desalentadas. Mi tarea se enfoca en la creación de opciones que contemplen los intereses prioritarios, míos y de ellos, y la construcción de confianza pasa por el lugar donde me posiciono para colaborar con cada uno de ellos en “esos” objetivos que persigue mi participación. En este caso en particular, mi intervención también podía tener un propósito explícito en lo sustancial: ayudarles a restablecer relaciones diplomáticas.

 

[1] Yo había trabajado tres años en el proyecto regional de Diálogo Democrático del PNUD y había trabado una buena relación personal con los representantes en la región.  Además, Valdez estaba casado con una gran amiga mia estadounidense, Kelly McBride a quien luego invité a ser la representante del Centro Carter en Quito.

[2] Ver en el website de El Centro Carter Experiencia de diálogo binacional, Ecuador-Colombia, 2007–2009, Informe final (PDF)http://www.cartercenter.org/news/publications/peace/americas_reports.html

[3] Y ya veremos más adelante que lo que yo pienso que puedo hacer o no hacer como mediador está a su vez determinado por el conjunto de supuestos con que nos movemos al desempeñar el rol.

[4] Ver “La madurez de los conflictos: una noción fecunda?” en Journal of Peace Research 02 1994 31 : 109- 116.  Para un resumen útil ver William Zartman en:  http://www.e-ir.info/2008/12/20/ripeness-the-importance-of-timing-in-negotiation-and-conflict-resolution/

[5] Ver Diez-McCoy “Mediación Internacional en Venezuela”, Ed. Gedisa (2012), pág. 111 y siguientes.

[6] El ex Canciller Augusto Ramírez Ocampo y el líder de los Industriales Luis Carlos Villegas

[7] Durante su presidencia Rosalyn visitó Ecuador, iniciaron su primer programa de salud sobre la “ceguera de río” allí y ambos habían visitado Galápagos y les maravillaba el lugar.

[8] Colombia es el segundo comprador de productos ecuatorianos, detrás de EE.UU.

[9] Adrián Bonilla de Ecuador y Augusto Ramírez Ocampo de Colombia.

Francisco Diez

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