El primer paso
Por Francisco Diez
Revista Turbulencias – 2da. Edición
Publicación trimestral del Instituto de Mediación de México
Febrero 2021
Quienes nos desempeñamos en el campo de la mediación y la facilitación de conflictos sabemos que trabajamos con las tres P, o sea, con las Personas, los Problemas y los Procesos. En cada conflicto, quiénes son sus protagonistas (personas) y cuáles son los temas/intereses involucrados (problemas) son únicos y originales. Y como todos sabemos, nosotros no opinamos, manejamos, ni definimos esas dos “P”. No tomamos decisiones sobre el problema ni le indicamos a las personas lo que deben hacer o no. El campo donde nosotros sí tomamos decisiones y sobre el que tenemos una responsabilidad principal, es el de la tercera P: el Proceso. El propósito del proceso que diseñamos es el de ordenar y canalizar las interacciones entre las partes de manera que puedan pasar de una dinámica de confrontación a una de colaboración (o al menos de intercambios no violentos y de escucha).
Por eso, si nos definimos como expertos en mediación y facilitación de conflictos, es porque hemos adquirido la capacidad de imaginar, diseñar, construir y conducir distintos tipos de procesos. Esto es válido tanto para la mediación en conflictos interpersonales como para la facilitación de diálogos más complejos vinculados a contextos sociales, públicos, políticos, ambientales, diversos.
En una mediación interpersonal en la que habitualmente comenzamos con una reunión conjunta entre las partes y si advierto que eso no es lo más “adecuado” en ese caso y con esas personas; pues entonces comienzo de otra forma, con reuniones individuales o con conversaciones preliminares o explorando si hay que cambiar algo en el diseño procesal de la mediación.
En situaciones complejas, resulta más evidente la necesidad de imaginar y diseñar procesos específicos, conforme quiénes sean los protagonistas, cómo está funcionando el contexto y cuáles son los objetivos que se persiguen, entre otros factores. Darse cuenta de la necesidad existente y diseñar los procesos adecuados es fundamental. Porque es el tipo de proceso en el que entran las personas, lo que abrirá un espacio de posibilidades –más o menos amplias– para el tratamiento y la resolución del conflicto.
Si las partes están demasiado nerviosas, temerosas o reticentes en la mediación interpersonal, o el contexto social está demasiado polarizado o hay resentimientos fuertes o divisiones profundas entre los protagonistas en los diálogos por conflictos más complejos, tenemos que saber diseñar procesos específicos y adecuarnos a las circunstancias. Tenemos que inventar espacios relacionales a través de procesos que les faciliten a las personas hacer lo que no pudieron hacer en ningún otro espacio ni con otras personas.
La mayor parte de las veces el elemento clave es la confianza.
¿Cómo me doy cuenta y qué entiendo como más adecuado para construir confianza? Esa es una parte sustantiva del arte de mediar. Sin embargo, hay un principio que considero universalmente aplicable a cualquier tipo de proceso: lo más importante es el primer paso.
El primer paso de un proceso define en gran parte su naturaleza y sus posibilidades. Si las partes entran en un espacio seguro y no amenazante, será más fácil construir confianza. Si los protagonistas entran en un espacio que –aunque no sientan como propio– no les es hostil, será más probable que participen y se comprometan.
Como dice el dicho: nunca hay una segunda oportunidad para causar una buena primera impresión.
Por eso, como mediadores o facilitadores, tenemos que poner especial atención a cuál será el primer paso del proceso que vamos a proponer. Ser conscientes de que el proceso es una secuencia de fases encadenadas en el tiempo y que cada fase puede abrir y ampliar las posibilidades de la siguiente fase o por el contrario, disminuirlas o cerrarlas. En este sentido, por ejemplo, la estrategia de comenzar un proceso de diálogo hablando primero con los que piensan como nosotros, para después ir ampliándolo a otros que piensan de manera diferente o contraria, es intrínsecamente errónea. Si queremos generar un proceso incluyente tenemos que ser inclusivos de arranque.
William Ury dice que el esfuerzo invertido en la preparación de un proceso de construcción de acuerdos multiplica por cinco su probabilidad de éxito. Y lo que hay que diseñar con más cuidado, siempre, es el primer paso.