Mediación y cambio
Por Francisco Diez
Publicado en página web del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de Salta
20 de noviembre de 2015
Hace más de 20 años que emergió la práctica de la Mediación en la Argentina y me tocó el privilegio de estar entre los primeros que comenzamos a trabajar en este campo. Mirando hacia atrás, puedo distinguir tres constantes que me interesa destacar aquí.
La primera, es que cada vez que se comenzó a instalar la Mediación en un cierto ámbito institucional, emergió una fuerte resistencia y aparecieron críticos y opositores que, por lo general, hablaban desde un desconocimiento tan grande como sus prejuicios y temores.
La segunda, es que quienes se forman como mediadores, y usan o practican la Mediación, no vuelven a ser los mismos de antes. Aprenden a mirar sus propios conflictos con otros ojos y aumentan sus niveles de consciencia acerca de sí mismos y de los otros.
La tercera, es que a medida que se avanza en el uso de las técnicas y metodologías de la Mediación, se va haciendo necesario comprender “la realidad” de una manera diferente, porque impulsamos procesos de transformación de la realidad, personal y/o social.
La palabra clave común que vincula esas tres constantes es: cambio.
1.- Cambio en las Instituciones.
La Mediación es un instrumento y un vehículo de cambio del “status quo” en las instituciones en las que se instala. Su propia naturaleza informal, voluntaria y basada en el consenso amenaza la estructura verticalista, autoritaria y rígida de los sistemas institucionales en los que penetra. En el ámbito judicial, por ejemplo, para quienes entienden la Justicia como algo que compete a jueces y abogados, resulta intolerable que sea el interés común de las partes y las necesidades humanas lo que se privilegie frente a un conflicto y que no haya alguien -superior y que sabe más- que “imparta” justicia. En el ámbito escolar, para quienes entienden que la disciplina es esencial para el aprendizaje, suele resultar inaceptable un sistema de procesamiento de conflictos sin autoridad y sin sanciones. En el ámbito comunitario, para quienes entienden que el “orden” debe imponerse, los procesos participativos de construcción de consensos les resultan dificultosos y enredados por la falta de “control” del proceso. La Mediación viene a traer una verdadera democratización de los sistemas en los que se instala y abre nuevas posibilidades, sin destruir nada. La Justicia adquiere sectores en los que se humaniza, la Escuela abre nichos más amigables, las Comunidades cuentan con un espacio de conciliación pacífica. Y podemos constatar que el cambio efectivamente se produce. Cuando en 1995 se aprobó la primera ley de Mediación Prejudicial Obligatoria en Buenos Aires, los Colegios de Abogados se opusieron y cinco años después cuando vencía la vigencia de la ley, enviaron solicitudes al Congreso para prorrogarla.
2.- Cambio Personal.
En el campo de la Mediación necesitamos mirar los conflictos no sólo como una crisis, sino también como una oportunidad de crecimiento. Nuestro trabajo consiste en ayudar a las partes a canalizar constructivamente la energía de la crisis y a potenciar su propio crecimiento. En ese sentido, ayudamos a que las personas amplíen sus niveles de consciencia sobre cómo, sus propias decisiones, son las que pueden mejorar o arruinar la situación en que se encuentran y a tomar consciencia de que cada uno es responsable de la conducción de su propia vida. Las partes dejan de ser “víctimas” del conflicto y no pueden “sacarse de encima” la responsabilidad de decidir. Cada uno tiene que hacerse cargo de resolver o no el problema y (con más o menos énfasis) colaborar con el otro en la solución que se pueda lograr por acuerdo. Eso requiere además, ayudar a las personas a ser conscientes del otro, a comprender sus intereses y necesidades para poder mirarlo más como un socio en la solución que como el culpable del conflicto, porque en Mediación (como en la vida real) la culpa no sirve para nada. Y cuando tenemos que hacer que las partes comprendan y reconozcan al otro como otro legítimo, aprendemos a mirar a “nuestros otros”, también con una mirada nueva, más clara. La ampliación de consciencia que buscamos generar en las partes en conflicto, se genera también en nosotros mismos por imperio de la necesidad de coherencia. Son incontables las historias personales de aquellos que entraron en el campo de la Mediación y comenzaron a transformarse y a cambiar sus propias vidas.
3.- Cambio en la comprensión de la realidad.
La necesidad de adquirir una mirada transformativa nos impulsa a buscar nuevas fuentes de conocimiento. Y por distintas sendas, casi siempre, éstos nos llevan a mirar “la realidad” como algo que se construye junto con otros, que no está predeterminada por fuerzas ajenas y que es posible “moldear” otra vez, sea con un suave toque diferente o con un cambio drástico de dirección. Cuando los que están en conflicto hacen un acuerdo que cambia el curso de sus vidas, entendemos que nuestra intención y nuestra voluntad son una fuente inagotable de energía que genera lo que somos y nos lleva hacia lo que seremos, y que no hay destino inexorable marcado desde afuera. Empezamos a darnos cuenta de que nuestras posibilidades tienen el tamaño de nuestros prejuicios y que nuestras emociones son el motor de la mayoría de las decisiones importantes de la vida. Nos damos cuenta de que “el afuera” es casi siempre reflejo del “adentro” y que la complejidad del mundo contemporáneo puede generar más oportunidades y riquezas, que inseguridad e incertidumbre.
La buena noticia es que estos tres niveles de cambio impulsados por la Mediación, están en perfecta sintonía con los cambios que necesitamos para evolucionar como seres humanos.