El espacio del sentir

Revista Turbulencias – 1a. Edición

Publicación trimestral del Instituto de Mediación de México
Agosto 2020

 

Hemos leído muchas veces la frase de Antoine de Saint-Exupéry que dice que lo esencial es invisible a los ojos. A todos nos hace sentido y coincidimos inmediatamente. Sin embargo, la mayoría de los estudios, las teorías y las investigaciones, sobre cualquier fenómeno, se enfocan –deben enfocarse– en lo que puede verse, los hechos y los datos objetivos.

Recuerdo el asombro y la satisfacción que me dio encontrarme con un libro hermoso titulado en inglés The Feeling of What Happens (El sentir de lo que ocurre) de Antonio Damasio. Muchas veces, en medio de mi trabajo como mediador, busqué lo invisible y me dejé guiar por el sentir con el objetivo de poder generar lo nuevo. Hoy sabemos, gracias a las investigaciones sobre física cuántica y neurociencias, que casi lo más importante de lo que pasa, ocurre en el espacio entre.  Traducido a nuestro trabajo, el elemento más importante en la arquitectura del conflicto es ese espacio entre las partes. Las relaciones, lo invisible, el sentir.

Comenzamos a ponerle el ojo cuando dibujamos líneas de relación entre ellos y en lugar de focalizar en uno y en el otro, miramos la interacción. Y avanzamos un paso gigantesco cuando nos damos cuenta de que nuestras principales intervenciones se dan precisamente en ese espacio. Que es la calidad de las interacciones que nosotros vamos construyendo con ellos lo que colorea con otros tonos el espacio común que compartimos y cuando, sobre la base del sentir y agregando la energía invisible de lo esencial, diseñamos y ponemos en marcha procesos con carga positiva, ese espacio entre las partes recibe el impacto y se transforma.

Recuerdo como uno de los momentos más satisfactorios de mi trabajo, aquél que logró consolidar el espacio relacional construido por el Grupo Binacional de Diálogo, conformado por 20 ciudadanos, 10 ecuatorianos y 10 colombianos (1). Ya llevábamos un par de encuentros de dos días completos cada uno en un lapso de tres meses, y aunque percibía que habíamos avanzado mucho, pues las relaciones entre ellos habían pasado de la tensión y la distancia a una camaradería de trabajo conjunto, aún faltaba algo.

En el tercer encuentro, les pedí a los colombianos que les mostraran a los ecuatorianos, con historias y videos, el impacto que generaba la lucha con la guerrilla en la vida cotidiana de la ciudadanía. Hasta hubo lágrimas. También les pedí a los ecuatorianos que los explicaran a los colombianos lo que significó para ellos la guerra con el Perú y el ultraje que implicaba la invasión territorial. Hubo un click grupal. Se comprendieron finalmente porque compartieron el sentir. Se conectaron desde lo más humano que tenemos. Y el espacio que se generó allí, transformó sus relaciones y generó algo completamente nuevo. A partir de ese espacio relacional, fue para ellos posible hacer cosas que antes eran inimaginables. Por eso, cuando diseñamos un proceso lo más importante es pensar en el espacio. En cómo logramos co-construir un espacio en el que las interacciones que alimentan las líneas relacionales entre los participantes sean nutrientes y no tóxicas. Cuáles son los sentires que deben instalarse en ese espacio para que lo invisible prevalezca como esencial. Y es fundamental comprender que el espacio se compone no solo con elementos físicos y sensoriales, sino con contenidos emocionales y espirituales. Y que así como nos esmeramos en preparar el espacio físico donde llevaremos adelante el diálogo o la mediación para generar seguridad, confianza y confort, tenemos que hacer esfuerzos deliberados para co-construir con los demás el espacio emocional y espiritual en el que se desplegarán las interacciones y que se convertirá en el espacio relacional. Porque es ése el espacio que genera la fuerza transformadora. Primero hacia adentro del mismo espacio, y desde allí, para cambiar la realidad.

 

(1) Se puede ver el reporte completo en este sitio: _{Informe Final Diálogo Binacional Ecuador-Colombia}